La responsabilidad materna

Por JOSÉ LUIS CANO GIL      
 
Con la edad y a medida que voy viendo lo que veo en mis consultas, la sociedad, internet, etc., menos tolerante voy siendo a la frivolidad, las tonterías y quizá incluso el silencio malinintencionado de algunos "expertos" respecto a lo que es nada menos que la causa básica de la locura humana en todos los ámbitos: la MALA MADRE. Y por extensión la MALA FAMILIA. (...) Mientras la familia siga impune, la locura persistirá. Y luego nos quejaremos de sus consecuencias sanitarias, sociales y políticas.
 
Uno de los dolores más agudos que existen es el sentimiento de culpa de la madre que descubre, de pronto, los daños que está causando (o ha causado ya) en su hijo. De ningún modo lo ha hecho voluntariamente, por supuesto, sino compelida por invencibles demonios procedentes de su propia infancia. Pero saberlo no le resta dolor. Y tampoco nos impide a nosotros reconocer que, pese a dicha fatalidad, no es posible hallar a nadie más obviamente involucrada y responsable de la neurosis de su hijo que ella misma (1). Podríamos decir entonces que la madre es "culpable" y, al mismo tiempo, no lo es. ¿Cómo podemos manejar tan espinoso dilema?
La defensa más extendida por parte de la gente y la mayoría de profesionales de la salud mental es negar toda responsabilidad materna. Simplemente, "todas las mamás son inocentes". La neurosis proviene entonces de supuestos problemas biológicos del hijo, fallos de aprendizaje, cogniciones inadecuadas, etc. Mamá es, por el contrario, la víctima de la misteriosa neurosis del hijo. Es víctima porque, pese a todos sus "amores y desvelos de madre", el hijo "ha salido" psicótico, neurótico, raro, inadaptado, drogadicto, incluso violento... Algunas de ellas incluso se organizan en asociaciones para "luchar contra la enfermedad" del hijo, etc., sin que nadie quiera señalar que las raíces inconscientes del mal (p.ej., los sutiles desamores, hostilidades, controles, castraciones, falta de empatía y otras mil actitudes parentales nocivas) siguen haciendo sentir al hijo tan solo, incomprendido y desesperado como siempre.  Por este camino, obviamente, sólo puede llegarse a la cronificación de los problemas, vía terapias represoras, psiquiátricas, etc. No es posible aliviar tales problemas ni, menos aún, prevenirlos mediante el amor consciente y una sana crianza por parte de madres (y padres, familias, etc.) mínimamente equilibrados.
En el otro extremo, están quienen sí reconocen la responsabilidad de las madres, aunque en sentidos muy diferentes. Por un lado, muchas personas enfatizan -o incluso exaltan- el protagonismo de la madre en los primeros años del niño, p.ej., en cuanto al vínculo bebé-madre, la lactancia natural, las prácticas de crianza "sana", etc. Aunque sus bases son ciertas, incurren a menudo, en mi opinión, en cierto determinismo psicobiológico, a veces tremendamente dogmático, que no garantiza en absoluto la felicidad del niño, pues ignora por completo la problemática inconsciente de la madre (traumas, carencias, conflictos), sobre todo a largo plazo. Otra categoría de responsabilizadores maternos es la de muchos neuróticos que culpan acertadamente a sus madres nocivas,  pero se estancan en un victimismo/apego sin fin desde el que se niegan a pasar página, responsabilizarse de sí mismos y seguir creciendo.
De modo que a los seres humanos nos gustan los extremos. La responsabilidad materna en el desarrollo de las personas es evidente, pero no por ello deberíamos glorificarla, ni ideologizarla, ni usarla como arma contra las "malas madres", ni convertirla en un veneno autoculpabilizador, ni tampoco en la excusa permanente de quienes no desean madurar. ¿Existe algún razonable término medio en todo esto? La cuestión se aclara mucho cuando entendemos su importancia respecto a la prevención de los trastornos emocionales y la terapéutica de las madres. Veámoslo.
1. Prevención. Personalmente soy de los que opinan que, sobre la función materna, es socialmente urgente admitir las siguientes evidencias:
  • Casi todas las formas de neurosis (adicciones, trastornos de personalidad, depresiones, autoestima, miedos, trastornos de ansiedad...) proceden fundamentalmente (aunque no exclusivamente) de las violencias visibles e invisibles, por acción u omisión, de la madre, desde el nacimiento hasta -como mínimo- la pubertad del hijo.Y a menudo mucho más allá.
  • La violencia materna es, sin comparación, la más extendida, destructiva y silenciada que existe. Es el máximo tabú social. De tal violencia suele resultar (aunque no siempre), por consentimiento implícito o explícito de la madre, la posible violencia de otros miembros de la familia (padre, hermanos); y, por supuesto, la de todos los futuros hombres y mujeres maltratadores -en cualquier forma y grado- de niños y adultos.
  • La influencia ("atmósfera") materna, sana o nociva, es fundamentalmente inconsciente, permanente y sólo se corrige con terapias profundas libremente asumidas. En general, "las madres no cambian". Por eso, en términos de crianza, los dogmas y recetas que utilice una madre, los muchos errores que pueda cometer, etc., son, en el fondo, menos relevantes que tales influencias inconscientes. (2)
  • Todas las "malas madres" son, obviamente, víctimas de malas madres. Sin embargo, en general, cualquier daño al hijo podría revertirse total o parcialmente si la madre cambiase. El hecho de que esto no suele ocurrir es lo que determina, en gran parte, la cronicidad de los trastornos neuróticos.
2. Terapéutica. Si la sociedad quisiera aceptar lo anterior, reconocería inmediatamente que la única alternativa posible, el único remedio (y preventivo) contra toda violencia materna (y también paterna, etc.) es, necesariamente, la psicoterapia profunda. Ningún recetario científico, político,  filosófico, espiritual, moral, pedagógico o cognitivo-conductual ayudará a la mujer a detectar y resolver sus conflictos íntimos (p.ej., respecto a sí misma, sus padres, alguno o todos sus hijos, la pareja o la vida en general), que son principalmente los que absorbe, para bien y para mal, el inconsciente de los niños. En otras palabras, no son las acciones "correctas", sino la sanación real de las heridas ocultas de mamá lo que favorecerá el bienestar psíquico de sus hijos. 
Los fundamentos de una buena terapia materna son, según mi experiencia diaria con mis valientes mamás, los siguientes (3):
  1. Admitir plenamente, pese a los muy dolorosos sentimientos de culpa, la propia responsabilidad por todos los aciertos, errores y daños cometidos inevitablemente contra los hijos en el pasado y en la actualidad.
  2. Descubrir, aceptar y elaborar los factores inconscientes que motivaron aquellos errores (p.ej., heridas infantiles, sentimientos reprimidos, miedos y carencias, conflictos presentes de cualquier tipo, etc.).
  3. Destronamiento de la madre nociva. Es decir, cuestionamiento, desmitificación, desidentificación y desapego respecto a ella, mediante el previo descubrimiento y liberación de las enormes cargas de dolor, ira, idealizaciones y mentiras acumuladas inconscientemente en el corazón.
En mi opinión, cualquier madre que no esté dispuesta a realizar este trabajo, o cualquier terapeuta que no desee acompañarla en ello (4), sólo seguirán engañándose a sí mismos. Y, por tanto, pese a todos sus bienintencionados esfuerzos, seguirán confundiendo, maltratando y neurotizando a los niños.  (5)
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De modo que, en efecto, todas las malas madres son simultáneamente "culpables" e "inocentes". Pero ello no debería asustar ni desanimar a nadie. Si asumiéramos de una vez por todas que las malas madres generan locura y que la única alternativa inmediata y a largo plazo son las terapias profundas... ¡todos los días veríamos milagros!
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1. Todo lo expuesto en este artículo es exactamente aplicable a los "malos papás" (varones). Aunque la influencia psicodinámica del padre suele ser menos profunda que la de la madre, su trascendencia reside en que puede agravar los daños causados por mamá o, al revés, limitarlos en parte. También dependen exclusivamente del padre psicodinámicas muy importantes, tales como la de ser referente edípico de las hijas, modelo masculino de los hijos, ejemplo y contrapeso normativo de la madre para ambos sexos, etc. Salvo en artículos muy específicos como éste, o en las terapias personales, es mejor pues hablar de "padres" en general (mamá y papá).
2. Por ejemplo, una madre ansiosa y gritona pero evidentemente orgullosa de su hijo será menos nociva que una madre tranquila pero secretamente indiferente u hostil a él.
3. En realidad, son los mismos de cualquier terapia psicodinámica aplicados al caso materno.
4. Desgraciadamente no es fácil hallar terapeutas de este enfoque. Si la sociedad los solicitara más, serían más abundantes.
5. El fundador de una granja de enseñanza natural para niños me confesó, en cierta ocasión, que estaba perdiendo la fe en sus métodos porque los padres que llevaban allí a sus hijos estaban tan neuróticos como cualesquiera, y sus niños no eran más felices que la media. Las claves del bienestar de éstos no estaba, pues, ni en las intenciones de los padres, ni en los métodos pedagógicos.

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