HOY HAY HUELGA EN EDUCACIÓN

Publicat en la revista Tehura: RESACA VERDE

En homenaje a Agustín García Calvo, a John Taylor Gatto, a John Holt, a Pedro García Olivo, a CEL y a todos los que luchan por la libertad, el respeto y la dignidad de los niños.

Observamos la marea verde de camisetas verdes y de ya casi almas y consciencias verdes que luchan contra los recortes educativos, y no dudo de las buenas intenciones, pero a algunos –profesores, madres, padres y estudiantes- nos cuesta muchísimo trabajo comprender que haya tantas personas empeñadas en que se invierta tanto dinero en una institución –la educativa- que hace tanto daño a nuestros niños y adolescentes.

 ¿Daño? ¿A nuestros hijos? ¡Pero si es un derecho, una conquista social! ¡Los niños van allí a aprender! ¿Dónde lo harían si no? Sí, no dudo que para muchos éstas serían las indignadas preguntas que se harían ante la afirmación de que los colegios y los institutos son dañinos, pero lo cierto es que muchos no podemos seguir defendiendo una institución que somete a nuestros niños y adolescentes al estrés de continuos controles de calidad (internos o externos, qué más da) en forma de exámenes y trabajos forzosos que los niños casi en ningún caso han decido hacer, pero que culminarán todos ellos con su correspondiente y exacta calificación; no podemos seguir defendiendo a una institución que separa artificialmente el conocimiento en asignaturas, que separa a los niños en edades, así como en castas –tercero, tercero de diversificación (el de “los cortitos dóciles”, para qué engañarse) y tercero bilingüe (vil estratagema para separar a los repetidores de los “capacitados”)-; una institución  que marca a fuego a los niños con “necesidades especiales”, necesidades siempre del sistema, nunca del niño, pues no hay nada especial en que cada uno tenga sus propias  motivaciones y su propio ritmo de aprendizaje; una institución que promueve el diagnóstico masivo de síndromes (TDH, TDA, Asperger) para el cabal funcionamiento de la industria farmacéutica; una institución, sufragada con el esfuerzo de todos (recuerden: “Escuela pública, de todos y para todos”) que segrega, que estigmatiza, que traumatiza, que reduce a niños y adolescentes al abstracto valor de un número entero (1, 2, 4, 5, 6, 7…), mecanismo perfecto, redondo, para llevar a cabo una temprana selección de personal, de manera que cada niño vaya asumiendo, ya desde pequeños, qué lugar ocupará el día de mañana en esta sociedad injusta, clasista y segregadora (“Que no recorten tu futuro”, reza el lema de algunas camisetas verdes), así, de adultos, ya no podrán extrañarse ante el injusto reparto salarial entre los trabajos especializados (ingenieros, abogados, profesores, médicos) y los no especializados (limpiadores, cajeros de supermercado, mozos de almacén), y su indignación irá dirigida contra los desajustes puntuales –nunca estructurales- del reparto (¿cómo es posible que un ingeniero gane menos que el concejal aquel que no tiene ni el graduado en ESO?; ¿te parece normal que el constructor aquel se haya hecho rico y ni siquiera fuera capaz de sacarse el Bachillerato? Títulos y dinero: ecuación perfecta).

Sí, muchos sentimos una inmensa nausea y repugnancia ante quienes enarbolan la bandera de la educación pública, como si con ello estuvieran del lado de la justicia y la equidad social, pues en verdad, insistimos, no hay sino la faz destructora, aniquiladora, de una institución que rapta obligatoriamente y desde temprana edad a nuestros niños con la inconsciente complicidad de sus madres y padres, no hay sino el siniestro engranaje de una institución que legitima la amenaza (¿qué mejor manera de mantener a treinta niños o adolescentes encerrados y sentados que el uso de imperativos del tipo “cállate o llamo a tus padres”, “siéntate o te pongo un parte”, “estate quieto o llamo a dirección”?), que convierte en pedagogía y, por tanto, en ciencia, el insulto a los menores, pues calificativos como “gandul”, “flojito”, “cortito”, “caradura”, “mentiroso”, “no hace nada”, “no sabe nada”, “está en clase como un mueble”, “es una mala influencia para los demás” o “no llega”, son de uso habitual y casi exclusivo (la imaginación didáctica no da para más) entre maestros y profesores a la hora de “evaluar” a sus alumnos en las denominadas “sesiones de evaluación”, auténtico homenaje trimestral al aburrimiento administrativo, a la rutina, a la ineptitud, a la inhumanidad, a la burocracia y al bostezo más profundo.
Además, quienes defienden y justifican las instituciones educativas de nuestra democracia han de saber que éstas tienen muy poco de democráticas, insertos como están todos sus protagonistas en la cadena del poder: los ministros obedecen las directrices de la UE y, por ende, de las necesidades de producción capitalista, para mandar sobre los consejeros autonómicos, que obedecen a aquellos para mandar a su vez sobre los inspectores territoriales y de zona, quienes azuzan, por su parte, a los directores de los centros, representantes hoy de la Administración ante los profesores, que apremian y subordinan a sus alumnos para cumplir con las exigencias del programa, por lo que no es de extrañar que esta presión sea uno de los factores desencadenantes del hoy tan de moda Bullying escolar, que no es sino la reproducción por parte de los niños de la violencia escolar y familiar que sobre ellos se ha ejercido.

Pero, ¿en verdad es necesario todo este “tinglado burocrático” para garantizar el “derecho a la educación” de los menores? No lo sabemos, pero lo que sí es cierto es que a los niños cada vez se les somete a edades más tempranas (7 u 8 años) a la fiebre fiscalizadora y evaluadora de los docentes: nota por exámenes, nota por libreta, nota por comportamiento, nota por atención en clase, nota por interés, nota por trabajos de aula, nota por trabajos de casa, nota por trabajos en grupo, nota por trabajos individuales…  Nota, nota, nota, nota…. Y luego se extrañan los profesores de que a los alumnos sólo les interese la nota.

También sabemos y podemos comprobar cómo la institución ha convertido las escuelas en cuarteles (¿fueron alguna vez otra cosa?) y después en prisiones donde los niños sueñan con ser algún día presos para poder moverse libres en su celda, siempre más grande que un pupitre; pobres niños, obligados a estar sentados durante horas en sillas de madera que atrofian sus músculos; pobres niños, obligados a estar callados, obligados a estar atentos, obligados a participar cuando lo mandan, obligados a cooperar cuando otros lo estiman conveniente, obligados, casi siempre, a tener que estar “a lo suyo”; pobres niños, que sueñan con poder distraerse libremente como hacen los presos en sus celdas, que sueñan con poder mirar libremente el mundo desde la ventana del aula como imaginamos que hacen los presos cuando miran desde las ventanas de sus celdas; pobres niños, que sueñan con no tener que andar demostrando a cada momento que son buenos alumnos; pobres niños, a quienes no se les deja ser simplemente niños. Y pobres también de nosotros, profesores y padres “disidentes”, obligados por imperativo  legal a mantener a los niños encerrados y en orden, obligados a escolarizar a nuestros hijos, mientras soñamos en una marea verde (o de cualesquiera otro color) que, al margen de presupuestos, luche por una sociedad más libre y “desescolarizada”, en la que los centros públicos (no del estado) estén verdaderamente abiertos al libre aprendizaje (no a la obligada enseñanza y fiscalización de los conocimientos) de niños, adolescentes, jóvenes y adultos.
*
Autor: Santiago

Entradas populares de este blog

No hi ha color

Quasi a punt...