PENSAMIENTOS DE... ROBERT M. PIRSIG

de su libro "Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta"


La escuela era lo que eufemísticamente cabría denominar un “centro de enseñanza”. En un centro de enseñanza uno enseña, enseña y enseña sin tiempo para investigar, sin tiempo para la contemplación, y sin tiempo para participar en cuestiones exteriores. Sólo enseñar, enseñar y enseñar, hasta que la mente se embota, la creatividad se desvanece y uno se convierte en un autómata que dice las mismas cosas insulsas, una y otra vez, a oleadas interminables de alumnos inocentes que no pueden comprender por qué uno es tan insulso, pierde el respeto y extiende esta irrespetuosidad entre la comunidad. La razón de que uno enseñe, enseñe y enseñe es una manera muy ingeniosa de conducir a lo barato un centro docente, dando una falsa apariencia de educación genuina.
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Las escuelas le enseñan a uno a imitar, y si uno no imita lo que quiere el maestro, obtiene una mala nota. Aquí, en un colegio universitario, era algo más sofisticado, desde luego; se suponía que uno había de imitar al profesor de tal modo que se llegase a convencer a éste de que no se le imitaba...
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La idea de que la mayoría de los estudiantes asiste a una universidad para una educación independiente de las notas y los grados, es una pequeña hipocresía que todos prefieren no exponer. A veces, algunos estudiantes llegan en pos de una educación, pero la rutina y la naturaleza mecánica de la institución pronto les infunden una actitud menos idealista.
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En realidad, las notas encubren un fracaso en la enseñanza. Un mal profesor puede pasar todo un trimestre sin dejar nada memorable en las mentes de sus alumnos, componer las notas mediante una prueba irrelevante, y dejar la impresión de que unos han aprendido y otros no.
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El mayor problema del estudiante era una mentalidad de esclavo que había sido edificada en él por años de enseñanza a base de zanahoria y látigo, una mentalidad asnal que decía: “si no me azotas, no trabajaré”... Sin embargo, esto es una tragedia tan sólo si damos por supuesto que el carro de la civilización, el “sistema”, es arrastrado por asnos o mulas... La civilización, o el “sistema”, o la “sociedad”, o como quiera que le le llame, no está mejor servida por mulos, sino por hombre libres.
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A los niños pequeños no se les enseñaba hacer “sólo lo que a ellos les gustase”, sino...¿sino qué...? ¡Claro! Lo que les gustaba a los demás. ¿Y quienes eran los demás? Padres, profesores, inspectores, policías, jueces, altos funcionarios, reyes, dictadores. Todas las autoridades. Cuando a uno se le enseña a no hacer “sólo lo que le gusta”, entonces el Sistema lo tiene en alta estima. Pero supongamos que uno hace lo que le gusta. ¿Significa esto que uno va a dedicarse a inyectarse heroína, robar bancos o violar ancianas? La persona que le aconseja a uno no hacer “sólo lo que le gusta” está haciendo ciertas presunciones notables acerca de lo que debe o no gustar.
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Hablar de ciertas instituciones del gobierno y del establishment como "el sistema" es hablar correctamente, puesto que tales organizaciones se fundan en las mismas relaciones conceptuales que una motocicleta. Son sustentadas por relaciones estructurales incluso cuando han perdido todo otro significado y propósito. La gente llega a la fábrica y efectúa una tarea totalmente carente de significado desde las ocho hasta las cinco, sin preguntar por qué exige la estructura que las cosas sean así. No hay en ello un villano, no hay "el malo" deseoso de que ellos vivan estas existencias sin significado; se trata, tan sólo, de que el sistema lo exige y nadie quiere asumir la formidable misión de cambiar la estructura sólo porque carece de significado.

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